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Por el placer de volver a verla

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Blanca Oteyza y Miguel Angel Solá

Así se llama esta obra original de Michel Tremblay, que estará durante dos días, viernes 16  y sábado 17 de octubre, en el recién rehabilitado Teatro Echegaray. Encima de las tablas, Miguel Angel Solá, a quién se ha podido ver en muchas películas y series, con su pétreo físico y su peculiar tono de voz, y Blanca Oteyza, que se ha prodigado menos tanto en cine como en televisión, pero también ha hecho buenos papeles. Como curiosidad decir que ambos actores están casados y tienen una vida en común. De hecho, la adaptación del libreto original corre a cargo de ellos, junto con el director Manuel González Gil.

Precisamente González Gil fue el encargado de llevar con éxito esta misma obra en Argentina y Uruguay, así que la adaptación al público español es toda una garantía de trabajo bien hecho. En palabras de Solá, la obra trata de «el agradecimiento de un hijo a su madre, no sólo por haberle dado la vida, sino también por haberle ayudado a quedarse en este mundo y haberle impulsado a volar«. Esta noche la función es a las nueve de la noche, y mañana a las ocho de la tarde. Las entradas ya están a la venta y costaran entre 7 y 18 euros lo cual me parece un precio más que razonable.

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3 comentarios

  1.   Ana dijo

    «Por el placer de volver a verla», una, dos, tres….mil veces
    La magia del teatro vuelve a hacerse realidad en el madrileño Teatro Amaya gracias a Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza.
    El amor de madre (Nana), la admiración del hijo (Miguel) y su relación, desde la infancia hasta la muerte. Ese es el discurso narrativo de “Por el placer de volver a verla”, un camino salpicado de sentimientos universales, sensaciones cotidianas, encuentros y desencuentros, la pérdida, la memoria, la pena, la alegría.
    Todo esto y (por suerte) mucho más es lo que nos ofrece esta expresión máxima de la genialidad del teatro, un regalo mágico gracias a tres inmensurables: Miguel Ángel Solá (el hijo), Blanca Oteyza (la madre) y Manuel González Gil (el director). Una cita ineludible de la que, por ahora, podemos disfrutar en el Teatro Amaya.
    Una puesta en escena sin adornos (seis cubos que operarios convierten, allí mismo sobre el escenario, en un tren, una azotea o un salón… y un ciclorama que maneja el color de las emociones que durante casi dos horas invaden y seducen al espectador); un texto de Michel Tremblay y un único mensaje: el amor, tal vez la única razón que nos permite volver a quien ya no está, sentirlo, abrazarlo, hablarle, susurrarle, demostrarle cuánto nos duele su ausencia.
    Una obra en la que volvemos a disfrutar de la ya sabida maestría de Miguel Ángel Solá, pero en la que, más que nunca, descubrimos a una Blanca Oteyza soberbia, grande. Y una ocasión más de contemplar su complicidad, la que les une en el día a día y la que les ha permitido, con su anterior obra, “El diario de Adán y Eva” robar el corazón a espectadores de aquí y de allá, de este y el otro lado del charco, durante diez años.
    Por el placer de volver a verla
    Una obra que ya lleva dos años por España, haciendo las delicias del público. 18-abril-2011 Mar Cárpena
    «Por el placer de volver a verla», una, dos, tres….mil veces | Suite101.net http://www.suite101.net/content/por-el-placer-de-volver-a-verla-una-dos-tresmil-veces-a49250#ixzz1KGZKeDeB

  2.   Francisco dijo

    “Por el placer de volver a verla”.
    Pura vida
    “Por el placer de volver a verla” es toda una vida, un bolero de madre e hijo, como un corazón escénico que late y bombea sentimiento. Que lanza al espectador a tantos lugares en común, que no hay tregua para la rutina. Porque la vida vivida es el presente encadenado de padres e hijos que serán padres e hijos que serán padres… Y así hasta el final de los tiempos. Sí, pura vida.
    “Por el placer…” es un canto a al encanto del intento. A las frases que nunca se dijeron y que, por ese silencio sobrevenido, son las que de verdad cobran vigencia. Están presentes sin reproches, porque ese espacio en blanco que separa nuestras frases es una parte, igual de importante, del guión pendiente, siempre por escribir, que es la vida.
    En “Por el placer…” hay teatro dentro del teatro, como ejercitado experimento que da la mano al espectador para que intuya, asista, al segundo que precede al momento en que comienza el acto de crear e interpretar. Pero, más que artificio teatral, hay sinceridad, esto es, artefacto teatral. Pocas veces la cuarta pared es tan del público sin perder el respeto esencial a los códigos del teatro. Casi nunca ocurre lo que pasa aquí: que el recurso artístico está al servicio de la historia y de los que la ven.
    Blanca Oteyza pasa como un ciclón cálido que atraviesa la obra como ser reconocible. La madre habla. Ella interpreta lo inolvidable. Lanza al público la pelota de la memoria compartida. Reconstruye en cada butaca lo que algún día pasó para ser siempre presente. El espectador coge ese balón por encantamiento y bota con los recuerdos de los tiempos de la ilusión. El hijo escucha el porvenir.
    La madre e hijo que son Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá reescriben la generosidad mutua que ya pasó y que solo volverá cuando otros vayan sumándose a la obra. Esto es el antes que Gil de Biedma retrató con aquello de: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.”
    Una historia de amor de esas que piden a susurros: reloj no marques las horas. Una historia de amor de madre. Una historia de puta madre. F. R. Alonso

  3.   Paco dijo

    De pequeño mi madre me enseñó que en esta vida todo merece un esfuerzo, que nada viene por obra o gracia del espíritu santo, que en el futuro serás todo aquello por lo que estés dispuesto a luchar, que la familia es lo único que perdura y que el tiempo arrasa con el resto. Me advirtió que la gente viene y va, que hay que aprovechar el presente y sobretodo, que hay que querer, aprovechar cada momento y entender que los cambios vienen de forma tan intempestiva que apenas te da tiempo a saborearlos. Siempre me ha animado a soñar sin basarme en utopías, a buscar mi camino, luchar por lo que es mío y tener en cuenta que la satisfacción no sólo llega cuando se ha cumplido con las aspiraciones y deseos personales, sino también cuando se ha hecho feliz a los demás. Me ha acompañado durante todo mi proceso de maduración y ya ha advertido que siempre va a estar a mi lado.
    Por eso entiendo a Michel Tremblay, dramaturgo y escritor canadiense que realiza un retrato apasionado de su madre en “Por el placer de volver a verla”, una obra que se representa en el Teatro Amaya de Madrid desde el pasado 24 de Marzo. Voy a intentar contar poco sobre ella puesto que, en este caso, lo más recomendable es ir al teatro a verla y, si ya se ha visto, volver otra vez. Quizás se puede decir que sólo hay dos personajes en escena que se quieren dentro y fuera de las tablas, que hablan durante casi dos horas sobre las relaciones humanas y tienen el atrevimiento de meterse sutilmente en la personalidad y la conciencia del público. Uno de ellos es un escritor que vive prácticamente en la ficción, como tantos de nosotros, para no hacer frente a varias dudas, indefiniciones y a su propio proceso de madurez. El otro es Nana, la mujer más importante de su vida, que lo acompaña durante los diez años que narra la obra con admirable valentía.
    El texto de Tremblay es de una calidad narrativa impagable, explora las noticias que nunca vemos en los medios pero que existen, como la capacidad de soñar, la frustración, el amor y el olvido, a través de un discurso sobrio y definido que consigue que el espectador crezca viendo esta obra. La actriz Blanca Oteyza mantiene una interpretación rigurosa apoyándose en los cambios de vestuario, sus entradas y salidas del escenario y la interpretación exagerada que requiere su carácter. En mi opinión, su mayor mérito radica en haber universalizado su personaje, con el que consigue que se identifiquen todas las madres. Por otra parte, el actor argentino Miguel Ángel Solá pone el teatro a volar por encima del resto de la ciudad metido en la piel del escritor. Rara vez se puede asistir en el teatro al espectáculo de un actor como este, que mediante el contacto visual, los gestos y la voz, desprende un magnetismo que indaga de lleno en las frustraciones y la ambición de los que se sientan en el patio de butacas. Cómo extrañaba apasionarme por algo y dejarme llevar por un torrente interpretativo como este.
    La crítica ha alabado la obra pero también hay un grupo de detractores que argumenta falta de acción, personajes que no evolucionan y que acaban por convertir la representación en repetitiva y perfectamente calibrada. Pero incluso los que hablan de un teatro a medida para las masas reconocen la inaudita habilidad para controlar los sentimientos del público, que se entrega al torrente escénico de sus dos intérpretes. Podría decirse que durante la función Solá hace malabares con las emociones, en esta obra que ha sido calificada de pura inteligencia emocional.
    Domingo 10 de Abril de 2011 18:02 Guillermo Aroca http://www.doze-mag.com/index.php/vortice/577-michel-tremblay

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